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viernes, 17 de septiembre de 2010

Fragmento de " Cien años de Soledad"







El  coronel  Aureliano  Buendía 

El  coronel  Aureliano  Buendía promovió  treinta  y  dos  levantamientos  armados  y  los  perdió  todos. Tuvo diecisiete hijos varones de diecisiete mujeres distintas, que fueron exterminados uno  tras  otro  en  una  sola  noche,  antes  de  que  el  mayor  cumpliera  treinta  y  cinco  años.  Escapó  a  catorce atentados, a setenta y tres emboscadas y a un pelotón de fusilamiento. Sobrevivió a una  carga de estricnina en el café que habría bastado para matar un caballo. Rechazó la Orden del  Mérito que le otorgó el presidente de la república. Llegó a ser comandante general de las fuerzas  revolucionarias, con jurisdicción y mando de una frontera a la otra, y el hombre más temido por  el gobierno, pero nunca permitió que le tomaran una fotografía. Declinó la pensión vitalicia que le  ofrecieron después de la guerra y vivió hasta la vejez de los pescaditos de oro que fabricaba en  su taller de Macondo. Aunque peleó siempre al frente de sus hombres, la única herida que recibió  se la produjo él mismo después de firmar la capitulación de Neerlandia que puso término a casi  veinte años de guerras civiles. Se disparó un tiro de pistola en el pecho y el proyectil le salió por  la espalda sin lastimar ningún centro vital. Lo único que quedó de todo eso fue una calle con su  nombre en Macondo. Sin embargo, según declaró pocos años antes de morir de viejo, ni siquiera  eso esperaba la madrugada en que se fue con sus veintiún hombres a reunirse con las fuerzas del  general Victorio Medina.  -Ahí te dejamos a Macondo -fue todo cuanto le dijo a Arcadio antes de irse-. Te lo dejamos  bien, procura que lo encontremos mejor.  Arcadio le dio una interpretación muy personal a la recomendación. Se inventó un uniforme  con galones y charreteras de mariscal, inspirado en las láminas de un libro de Melquíades, y se  colgó al cinto el sable con borlas doradas del capitán fusilado. Emplazó las dos piezas de artillería  a  la  entrada  del  pueblo,  uniformó  a  sus  antiguos  alumnos,  exacerbados  por  sus  proclamas  incendiarias, y los dejó vagar armados por las calles para dar a los forasteros una impresión de  invulnerabilidad. Fue un truco de doble filo, porque el gobierno no se atrevió a atacar la plaza  durante diez meses, pero cuando lo hizo descargó contra ella una fuerza tan desproporcionada  que liquidó la resistencia en media hora. 

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